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Cuando los arqueros le ganaron a la caballería


El arco no fue un arma especialmente popular en los ejércitos de Europa Occidental. Antes al contrario, la ballesta era el arma preferida en muchos de ellos como, por ejemplo, en los de los reinos peninsulares. Fueron los ingleses los que lo llevaron al campo de batalla en el contexto de la Guerra de los Cien Años y, como quedó sobradamente demostrado, era un arma devastadora. Basta comprobar los resultados que dio en batallas como Azincourt o Crézy, en las que la caballería francesa, considerada como la más poderosa de su época, fue literalmente barrida por estas armas que demostraron estar sobradamente capacitadas para vulnerar las onerosas defensas de los caballeros y proporcionarles una muerte nada honorable, que eso de palmarla a manos de una birriosa flecha disparada por un plebeyo no era lo que se dice honroso.

Así pues, pasemos a ver algunas curiosidades bastante curiosas sobre estas armas que fueron las primeras en humillar a la otrora poderosa, nobiliaria y soberbia caballería.

El arco que casi todo el mundo conoce como arco largo o arco inglés procedía en realidad de Gales, de donde hay constancia de su uso a finales del siglo XII. Concretamente, la noticia provino de William de Braose, IV señor de Bramber, el cual narró como en 1188, durante un combate contra los galeses, una flecha disparada con uno de sus arcos le atravesó la cota de malla a la altura del muslo, tras lo cual atravesó igualmente la silla de montar y se clavó en el costado de su caballo, matándolo. Cuando en Inglaterra se corrió la noticia, primero se preocuparon bastante al ver que un simple peón podía matar a distancia a un caballero bien armado y, a continuación, adoptaron inmediatamente el arco en cuestión al corroborar que, en efecto, era un arma temible. Plebeya, pero temible, que es lo que en realidad cuenta.

La madera usada para su fabricación era la del tejo español. A falta del mismo, lo importaban de Italia. Caso de no disponer de tejo usaban fresno u olmo. Las ramas para su fabricación debían estar limpias de nudos y eran acabados con una sección en D, muy adecuada para soportar las altas tensiones a las que se les sometía. El largo ideal estaba entre los 190 y los 170 cm., lo que les daba una potencia entre 80 y 120 libras, o sea, 36 y 54 Kg. Para hacernos una idea de qué supone eso, un moderno arco recurvado de competición suele tener unas 46 libras de potencia, que son apenas 20,8 kg. La cuerda se enganchaba en unos terminales fabricados con asta, hueso o marfil, y la madera era encerada para protegerla de la humedad.

Hasta el siglo XVII, Inglaterra no dispuso de un ejército permanente. Así pues, hasta esa época los reclutamientos se llevaban a cabo mediante una ley de origen feudal denominada "Comisión de Array", la cual regulaba todo lo concerniente a las levas. En el artículo el Estatuto de Winchester, datado en 1258 y que se mantuvo vigente durante 300 años, dictaba que todo súbdito libre de la corona con unas rentas comprendidas entre las dos y las cinco libras anuales debía servir como arquero y que caso de ganar menos de 100 peniques debía tener el arco en propiedad. La obsesión de los monarcas por que el personal se mantuviera entrenado en el tiro con arco llegó a extremos un tanto surrealistas. Eduardo II ordenó en 1314 que nadie se entretuviera en sus ratos de ocio practicando un nuevo deporte que rápidamente ganó gran popularidad denominado football, haciendo obligatorio el entrenamiento con arco. Lo mismo pasó con sus sucesores Eduardo III, Enrique IV, que incluso penó con 20 años de cárcel al que contraviniera esa norma, prohibiendo también jugar a los dados, al tejo y demás. También hizo lo mismo Enrique V, que vapuleó a los gabachos en Azincourt gracias a sus arqueros.

La paga que recibían variaba dependiendo del destino. En el siglo XIV por ejemplo, un arquero a caballo cobraba 6 peniques diarios si servía en Inglaterra o Francia, y 4 peniques si era enviado a Escocia. Un arquero a pie cobraba en los mismos destinos 3 y 2 peniques. Sin embargo, los que servían en la guardia personal del monarca ganaban 6 peniques diarios fuese cual fuese el lugar donde combatiesen. En el siglo XV se unificaron las pagas, cobrando 6 peniques diarios tanto los arqueros a caballo como a pie en cualquier destino que no fuera una guarnición en Inglaterra, en cuyo caso ganaban solo 4 peniques. La tropa cobraba cada seis semanas, y en los contratos se solía especificar el tiempo máximo de espera por atrasos, que no solían pasar de la semana. Caso de excederse de ese tiempo, el contrato se consideraba escindido, por lo que la tropa tenía todo el derecho del mundo a largarse a casa. Obviamente, en la práctica no solía llegarse a ese extremo, que no era plan de hacer enojar al señor feudal. A la derecha tenemos un arquero dispuesto para la marcha. Se aprecia la bolsa donde lleva su provisión de flechas, así como el arco guardado en su funda. Uno de los muchos camelos propalados por el cine es eso de llevar el arco a la espalda sujeto al pecho con la cuerda. Bueno, pues de eso nada. El arco siempre iba desprovisto de la cuerda, la cual solo se montaba cuando llegaba el momento de combatir. Mientras tanto, permanecía guardado en su funda de cuero engrasado o tela encerada para preservarlo de la humedad, la suciedad, etc.

La morfología de las flechas estaba perfectamente reglamentada. Además, no eran llamadas "flechas" (arrows) por los arqueros, sino de tres formas un tanto peculiares. Una denominación era livery. Al parecer, recibían ese apelativo por ser reglamentarias. También se las llamaba sheaf (haz) en referencia a los haces de dos docenas que portaba cada arquero. Finalmente, también eran denominadas como standard por estar sujetas a una serie de especificaciones legales. Para su fabricación se requería una madera ligera, fuerte y que diese varas rectas, por lo que, al parecer, el álamo era la preferida. En todo caso, también aparecen en las crónicas flechas fabricadas de fresno, aliso, saúco, abedul y sauce. Su longitud era de una yarda, 90 cm. En cuanto a las plumas, eran de diferentes medidas si bien no se sabe con certeza el motivo. Puede que se debiera al tipo de punta que montaba cada flecha, a fin de darle la debida estabilidad. 

Como se ha dicho, las flechas se distribuían entre la tropa en haces de 24 unidades. Las puntas no eran las mismas, llevando cada haz de dos o más tipos según el tipo de enemigo a batir y la distancia a la que se iban a usar. A la derecha tenemos las cuatro tipologías de puntas utilizadas en la época. La A es la típica barbada abierta destinada a herir a enemigos con poca o ninguna protección corporal. Ese tipo de punta era casi imposible de extraer debido al abrumador dolor que provocaban las barbas al clavarse en la carne al tirar de la flecha.Por otro lado, sus filos cortantes producían hemorragias muy peligrosas. La B es también barbada, pero con una sección más adecuada para atravesar perpuntes. Sus efectos son los mismos que la tipo A. La C es un desmallador, ideal para penetrar entre las anillas de una lóriga. No solían ir fijadas al asta a fin de que, al tirar de la misma para extraerla, la punta quedara dentro del cuerpo. Finalmente, la D es el típico cuadrillo para perforar lórigas o armaduras de placas. En cuanto a las cuerdas, se fabricaban principalmente de cáñamo, el cual se enceraba para protegerlas de la humedad si bien hay constancia de que también se usaba el lino e incluso la seda. 

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