Cinco de los trabajos más miserables que pueden existir
Mula humana en un volcán. Cada día, por unas miserables monedas, decenas de hombres ascienden al volcán indonesio Kawah Ijen para, asfixiados por fumarolas tóxicas, arrancar enormes bloques de azufre de sus entrañas. Suben al volcán entre cantos y toses, pero descienden cargados como mulas, incluso con más de 100 kilogramos de mineral deformando sus espaldas. En una escena de la película 'Workingman’s Death', un minero, posiblemente de farol, le cuenta a otro cómo besó a una mujer francesa que acababa de conocer: “Tenía la nariz sucia por los vapores del azufre, pero me dejó besarla. Fue muy agradable”. Cada vez más turistas llegan al volcán para hacerse fotografías con sus mulas humanas.
Matarife en una ciudad petrolera. El nigeriano Isaac Mohammed se levanta cada día a las cinco de la mañana para acudir al matadero de su ciudad a degollar cabras y vacas. Trabaja en el mercado de carne de Port Harcourt, una ciudad del delta del río Níger en la que conviven la pobreza extrema con la ostentación de las petroleras occidentales, como Shell. Durante su jornada, los matarifes arrastran pesadas cabezas de vaca por el barro para llevarlas a la hoguera, donde serán cocinadas para su venta. Y al final del día, si no se han llevado la cornada de un cebú, muchos completan su miserable sueldo con otros trabajos, como conducir una moto-taxi.
Desguazador de petroleros. Muchos pastunes, principal grupo étnico de los talibanes, son pobres. Por eso acaban buscándose la vida en lugares como Gaddani, un puerto de Pakistán convertido en cementerio para miles de barcos gigantescos. En Gaddani, miles de trabajadores desguazan buques de mercancías y petroleros para convertirlos en placas de acero. “Un paso en falso y es una caída de 80 metros. O se te cae un trozo de acero en la cabeza. O el aceite y los gases residuales se inflaman. Tenemos siempre presente la muerte”, explica un trabajador en 'Workingman’s Death'. Trabajan durante un año y después, con suerte, podrán volver durante un mes a sus casas. “La paga nunca ha sido suficiente, ni entonces, ni ahora”, lamenta un hombre que trabaja en el desguace desde 1991. “Alá nos ha encomendado esta tarea”, proclama otro.
Trabajador del metal en China. La provincia de Liaoning, en el noreste de China, acoge algunos de los mayores altos hornos del país y del mundo. Mientras Alemania convierte sus antiguas fundiciones en parques temáticos para niños, como ha hecho la ciudad de Duisburgo con sus gigantescas acerías cerradas en 1985, China hace el movimiento contrario y expande sus altos hornos para suministrar hierro y acero al mundo. En las fundiciones, los obreros chinos trabajan de sol a sol en condiciones penosas, como hacían los empleados de Duisburgo hace más de medio siglo.
Minero en la ratonera nevada. “Tenemos miedo siempre. Un derrumbe de 10 centímetros y se acabó. No hay forma de sacarnos de aquí”, confiesa un minero ilegal ucraniano en la película de Michael Glawogger. Junto a otros compañeros de la cuenca del Donbás, busca carbón en filones a los que sus abuelos llamaban “ratoneras”. Fuera de la mina, las mujeres cargan el carbón entre la nieve, hasta dos toneladas al día cada una. Ante la cámara, los mineros se burlan de Alekséi Stajánov, el famoso minero convertido en 1935 en un ídolo por la propaganda soviética tras extraer más de 100 toneladas de carbón en una sola jornada. “A nosotros no nos impulsa el entusiasmo. Aquello fue un circo”.
0 comments:
Publicar un comentario